La brisa chocaba en mi rostro.

El acantilado estaba ante mí y yo miraba al océano,

pensando en lo inmenso y bello que era.

Me sentía tan pequeña ante él.

Que las propiedades que tengo a lo largo de este mundo,

me parecían pocas ante tanta inmensidad.

Delicadas son las olas y de suma belleza son sus aguas azules.

 Pero su ira te puede atrapar en sus traicioneros remolinos,

envolviéndote en un solemne caos y en un cúmulo de muerte.

Somos tan pequeños ante el mundo,

que hasta el hombre más poderoso y temido puede ser derrotado

ante el estallido de la naturaleza rota y enferma de ira.