La Rambla estaba repleta de puestos de librerías y puestos de rosas. Yo andaba entre millones de cabezas, rodeándome de un calor asfixiante, de repente, vi la sonrisa de un chico que parecía igual de perdido que yo, nos observamos mientras nos movían la marabunta de gente que al mismo tiempo nos separaban. Él  quería  romper esa barrera entre nosotros, nuestras miradas decían todo y a la vez nada.

El cielo empezó a cubrirse de nubes, la gente seguía alrededor nuestro, pero para mí  solo existía él. Una gota cayó en mi frente, eso me hizo despertar de mi sueño y entonces, mis ojos se dirigieron al cielo por un instante. Cuando baje mi mirada de nuevo hacia él, ya no estaba, se había esfumado entre la llovizna. Pensé que había sido todo un espejismo, pero aún así mi corazón se sintió vació.

La lluvia cubría la calzada y la gente huía de ella, yo percibí que debía huir también porque ya nada quedaba allí, así lo hice hasta llegar a la boca del metro.

Pero antes de llegar a esa boca de metro, mientras corría, sus ojos me perseguían y las gotas de agua recorrían por mi cabeza, empapándome la ropa que ya no sentía, solo percibía su aliento en mi pelo, entonces tropecé y alguien me alargó la mano, yo la cogí sin saber quién era, estaba tan confusa, que solo supe que eran sus ojos al mirarle de nuevo, entonces, me lo confirmó con la comisura de sus labios envueltos de gotas de agua que se deslizaban por su rostro.