Atada de manos y pies miró al cielo,

me vuelvo hacia un dibujo de amaneceres rotos,

que caen por el desgaste, en trozos retorcidos.

Los pies se rompen por las ataduras

y se vuelven heridas rojizas

que desdibujan la libertad.

Las rozaduras marcan mis muñecas y los tobillos

se llenan de hilos marcados por el tiempo.

Miré al cielo y me dije,

¿Podré llegar a esa aura?

El miedo resurgió de nuevo en mí y se transformó en ecos de ira.

La maldad se alimentaba de mi dolor.

Siento oscuridad,

la tempestad me persigue y la ventana me golpea.

Ya nada entrará;

solo la negra profundidad que se extiende como una enfermedad.