El caso del televisor destrozado
Era sábado y estaba con mi madre en el salón. La televisión estaba encendida, y mis amigos, desperdigados por ahí, no salían. Me tuve que conformar con mi madre, la cual no era muy habladora y le encantaban cómo no, los programas de corazón. Mi intuición me quiso decir algo, pero la ignoré porque me senté junto a ella.
El pasado siempre vuelve
Estaba sola, su vida no tenía salida en su mente, sólo tenía una idea, huir de su vida. Ya tenía pensado el plan, primero haría la maleta, cogería las camisas de verano, sus jerséis de invierno y sus pantalones vaqueros favoritos y por último su ropa interior. Lo segundo que haría, sería mirar a su marido y a sus dos hijos por última vez. Esto sería duro, pero sería lo mejor para ellos o eso pensaba ella, tercera y última cosa, jamás miraría atrás.
Cuando huyes de lo que más quieres, sólo piensas en si algún día te perdonarán. Por eso, mientras caminaba sola, pensaba en su nota donde sólo había un breve perdón y una lágrima que desteñía mi única despedida.
Mientras camino pienso lo que voy hacer desde este instante. Las calles de Anelliv están oscuras y todos sus peculiares vecinos con quien he compartido mi vida están durmiendo sin saber nada de mi huida.
Llegué al punto más alto del pueblo, donde había un gran castillo de la época árabe, lo miré por última vez y me despedí de mi antigua vida, en ese instante me dí cuenta de que no puedes escapar de lo que eres, porque el pasado siempre vuelve a tí aunque no quieras.
Siempre me he preguntado, ¿qué es lo que nos hace creer que hemos cambiado?.
La oscuridad
Las luces del atardecer se apagan cuando una canción suena dentro de mí. Bailo sin miedo. La escucho cada vez más alta. Las luces y colores me rodean. Estoy cansada y los pies se me han roto de tanto bailar. Pero aún así la canción retumba dentro de la cabeza cada vez más fuerte hasta volverme loca. Los colores intensos que antes impregnaban todo han desaparecido. De repente, la estancia se queda sin luz. Entonces caigo al suelo y veo como poco a poco una sombra lo cubre todo. Ya nada brilla. Sólo estamos la oscuridad y yo. La vida se ha ido. La música ha parado. Ahora queda un vacío profundo que lo llena todo.
La soledad de un mundo muerto
Estaba en la habitación sentada en el suelo. Mis pensamientos iban y venían. la cabeza me iba a estallar. Me puse las manos sobre está y luego me acurruqué en un rincón. No sabía qué hacía allí. Sólo recordaba que estaba corriendo en el parque. Ahora estaba aquí sola y oyendo ruidos que retumban junto a mis pensamientos. Siento frío en las manos.
Abracé mi arma como si fuera mi compañera, mi amiga, mi protectora. Mi mente daba vueltas sin parar desgarrando las neuronas que me quedaban vivas. Miré a mi alrededor. Junto a mí había un cadáver, pero lo más extraño es que no había muerto por una herida de bala. Mis manos estaban llenas de sangre y eso hacía que mi mente estuviera aún más confusa. Intenté recordar lo que había sucedido, pero sólo conseguía un fuerte dolor de cabeza.
Fui hacia el cuerpo tirado en el suelo con el arma apuntando a todos lados como esperando que se levantara. Cuando llegué, me sentía sin aliento y muy alterada. Su cara me resultaba familiar. Era pelirrojo y con unos ojos grandes de color esmeralda. Sus labios tenían una eterna sonrisa y su mirada estaba fija en mí, como si yo fuese su asesina. Pero…yo no había sido, ni si quiera recordaba… haberlo hecho. Otra vez ese dolor intenso que me golpeaba en la cabeza.
Anduve hacia la puerta de la habitación y estaba cerrada. Mis ojos empezaron a llorar como si la situación diera pie a ello.Como si la desesperación cubriera mi interior de una oscura sensación. Yo era un monstruo encerrado en mi propia jaula de sufrimiento. Mi mente estaba envuelta en dudas que sólo yo podía responder.
—¡Maldita sea! ¿Cómo puedo huir de esta situación? —me dije.
Me acerqué hasta el muerto. Registre su ropa en busca de una identificación. Sólo encontré una cartera sin dinero y tres fotografías. Dos de sus hijos y una en la que aparecía con su mujer. Sentí lástima por él y su familia. Me sentía culpable. Pero yo estaba en su misma situación. A mi vida le faltaba poco para llegar a su fin.
La luz se apaga
Salía del trabajo. Después de largas horas dando vueltas en mi despacho, sobre las pruebas del caso de homicidios de dos mujeres asesinadas, donde yo defendía a sus familias desoladas por la pérdida. Los cuerpos mutilados no se iban de mi mente, solo pensaba cómo podría dormir tras horas de observarlos. Me levanté pegué un puñetazo en la mesa con rabia cogí mi maletín y salí.
Vi a mi secretaria, Laura, sentada tecleando en el ordenador sin piedad.
-Buenas noches preciosa – le dije-
Ella sonrió de forma coqueta.
-¿Cómo es que se va tan pronto? – me dijo sorprendida.
– Si sigo más tiempo aquí me voy a volver loco – le contesté
Aunque sabía que en mi mugroso apartamento me esperaba la soledad de un cuarto vacío.
-¿Usted no se va ya , Laura? -dije yo-
No se preocupe me vienen a buscar -contestó
sin dejar de mirar el ordenador.
– Seguro no me importa llevarla – contesté.
– De veras, no importa… tengo muchas cosas que hacer. -Lo dijo
Como si quisiera que la dejara en paz.
– Bueno Laura, le dejó con sus cosas no quiero molestarla más- le contesté.
La miré por última vez, bajé la cabeza y salí del trabajo pensando» solo quería ser amable».
Bajé las escaleras con cansancio, mi cuerpo me pesaba. Tropecé varías veces hasta llegar a la puerta de la calle. La luz de la farola era tenue y parpadea sin parar y me dije con monotonía: “Esta luz seguirá meses así”.
A lo lejos vi mi coche tan destrozado como siempre. Aún recuerdo cuando me lo compré era espectacular,duele ver el pasar de los años.
-Todo envejece -me dije resignado.
Hasta que vi la raya en el capo grité:
-¡malditos! Ya no hay respeto ni por el bien privado.
Saqué las llaves cabreado y pensé menuda raya esto va constar quitarla. Metí la llave con cuidado y abrí y me senté en el asiento. Cuando fui arrancar, vi un sobre cerrado en el parabrisas. Salí del coche y Cogí el sobre eché un vistazo a mi alrededor, no había ni un alma solo estaban los edificios con alguna que otra farola fundida. Ni siquiera me paré a mirarla, la abrí y saqué el trozo de papel doblado y lo leí. Mis manos temblaron y al hacerlo se resbaló el papel y cayó al suelo. Me quedé paralizado un instante. Entonces la rompí con rabia y luego la tiré a la papelera. Decidí largarme de aquí, porque mi mente empezaba a sentir que perdía el norte.
-Malditas palabras -me dije.
Arranqué el coche y me fui.
Durante el trayecto me puse a oír la radio local para despejarme – dijo el locutor:
-Un niño ha desaparecido en …
Justo en ese momento se fue la señal.
En ese instante me sonó el móvil miré el número sorprendido era mi ex mujer, Eva, gritaba desconsolada:- Mario se han llevado Alex, nuestro niñito.
– ¿Qué ha pasado?-le contesté con tono preocupado.
Ella me contó lo ocurrido entre sollozos:
-Estábamos en el parque a él le apetecía un helado, entonces yo le dije:
-Ahora vuelvo, no te vayas de aquí.
Al regresar no estaba . Solo había un parque repleto de niños, pero él no estaba. Grité su nombre y busqué hasta el último recoveco, pero parecía que se hubiera esfumado. Pregunté pero la gente no sabía nada.
-«Pagaras con tu sangre»- pensé de nuevo,
Me quedé en silencio.
-¿Me estas escuchando? o ¿te se ha parado el corazón?-Laura asqueada.
– Solo estoy pensando – contesté serio.
En ese momento me maldije por haber roto la nota.
-Como no, te da igual todo lo referente a nuestro hijo-contestó cabreada.
-No se como puedes decir eso, ¿has llamado a la policía?-respondí bastante molesto.
– Por supuesto, me han dicho que están buscando pistas y que cuando saquen algo en claro me llamaran.
– Voy para tu casa- le contesté.
– Vale- dijo ella.
Mi voz interior pensaba en lo peor y entonces decidí no pensar. Al llegar a su casa recordé aquellos recuerdos olvidados que me hacían sentir bien. Hasta que vi a mi mujer sentada en el escalón de la puerta. Su cara estaba triste y su mirada sin ningún destello de luz. Al acercarme donde ella estaba, se levantó sin ganas, como si su cuerpo delgado y cálido se hubiera convertido en una piedra. Me miró con sus ojos azules, que parecían como si fueran a estallar en una tormenta. Decidí decirle algo, pero no me salían las palabras.