El libro y el títere
Un día apareció un hombre viejo que me resulto familiar, con pelos despeinados y su ropa rota y llena de polvo, parecía un sin techo. En su mano derecha observé que llevaba un títere de forma humana, que no tenía ni ojos ni cara. Se dirigió hacia unas estanterías, no muy lejos de la mía. Entonces se paró y lo dejó en una de ellas. Yo lo miré con cierto curioseo y me fijé que estaba sentado como si espera a alguien en su base de madera.
Una tarde mientras estaba quitando el polvo a mis páginas. Escuché un crujido como si se hubiese roto una tabla de madera y con pasos sigilosos fui a ver qué había ocurrido, pero no encontré nada más que una gran nube de polvo que ensució mis frágiles páginas amarillentas. Cuando por fin se fue la polvareda, observé que había desaparecido mi nuevo vecino de estantería sólo quedaban de él unas pequeñas pisadas en el suelo. La curiosidad me hizo seguirla hasta que encontré unas rozaduras en el suelo de laminas de madera envejecida.
Mis hojas que formaban parte de mi cuerpo, se movían rápidas como el viento en un solitario banco donde solo estaba yo. Por ello, empecé a temblar y a preocuparme por aquel títere.
¿Qué debía hacer? – me dije.
Mis pensamientos fluían enredados y confusos. Las teorías, de mis más de ochocientas páginas, disminuían mi agilidad.
Pensé en lo peor, y esto me hizo preguntarme lo siguiente:
– ¿qué podía hacer un viejo libro como yo? -pensé.
Me llené de valor y dí un impulso hacia delante que me sacudió las hojas. Mis quebradizas tapas que con el tiempo se habían envejecido, no fueron de mucha ayuda para seguir avanzando, pero no había nada en el camino que me dijera que le había ocurrido al títere.
-¿Por qué me preocupaba tanto por él? ¿Y de si había merecido la pena bajar de mi cómodo sitio en la estantería?- le pregunté a mí mismo.
Intentando encontrar el sentido a la desaparición del títere, que había hecho mi vida más amena , y ello me hizo sentir cierto terror al comprender que ya no volvería a ser lo mismo, ni para mí ni para él, porque era posible que jamas lo encontrara, pero todavía no he perdido la esperanza.
-¿ Qué haría si no pudiera encontrar mi hogar donde había estado 100 años? o ¿mi pesado cuerpo se rompiera, y mis hojas se separan y se perdieran?- me dije a mí mismo sin recibir respuesta.
Me estaba compadeciendo de mi existencia cuando, de repente, una sombra paso por detrás de mí. Haciéndome temblar con un aíre gélido. Empecé a buscar al trozo de madera, pero sin más remedio me rendí porque mi envoltura; vieja, rota y cansada, espiró su último aliento.