Agua viva

21 de febrero de 2012 Relato Comments (0) 932

La niña estaba junto a su casa canturreando lindas canciones que le había enseñado la madre. Ella la observaba por la ventana mientras hacía rica comida con habichuelas, lentejas y carne picada. La niña empezó a llorar desconsolada. Sus llantos y sus gritos sonaban como un pájaro herido.

La madre oyó el grito ahogado de su hija y se le cayó al suelo el cucharón que llevaba en la mano y un cuchillo que estaba cerca. Salió corriendo hacia el bosque y pensó en ir a buscar a su marido al puesto de montaña donde él trabaja.

La pequeña estaba desorientada por el sol radiante que le pegaba en la cara. Se dio cuenta que estaba mojada, pero no recordaba cómo había sucedido. Entonces empezó a recordar que estaba cantando y preparando a su muñeca para ser princesa.

Recuerdo que fui a beber al río porque tenía sed. Al llegar a él, metí mis manos. Algo me las cogió y me caí al agua. Entonces sentí como me convertía parte del río y luego fue como si la corriente me llevará. No se en que momento perdí la memoria, porque no recuerdo cómo he llegado ha éste lugar.

¿Qué hago en esta cueva? —me pregunté nerviosa.

Mientras me agarraba con fuerza mis piernas.

Su madre llegó, gritando y nerviosa, al puesto de su marido. Estaba atormentada por lo sucedido. Cuando consiguió calmar sus nervios le contó la historia.

—Mi vida, ¿estás segura de que no está en su habitación? —el marido la tranquilizó con estas palabras.

—No lo sé, pero lo que sí que sé con certeza es que sus gritos provenían del bosque y sus juguetes estaban tirados en el jardín, pero ella no estaba.

La niña se sentía triste y abandonada y el reflejo de su cara en un charco le hacia pensar lo peor. Su cara estaba pálida y sus ojos azules estaban rodeados de ojeras. El ser que le había arrancado de su hogar. No sabía realmente qué quería o qué buscaba en ella con tanta insistencia. Pensó en sus padres y en lo desesperados que estarían buscándola.

Todo el pueblo la buscó  desesperado por el bosque, gritando su nombre:

—¡Carla, Carla!

Pero cuando anocheció, no hubo más remedio que irse y sus padres cabizbajos se fueron desesperanzados.

—Mañana seguiremos buscando hasta que nuestros pies y nuestras piernas se derrumben —dijo el jefe de policía.

—No se preocupe Ian, la encontraremos. Dándole ánimos se acercó y le dio una palmada en el hombro a mi padre.

Carla estaba ansiosa porque había oído a sus padres gritar su nombre. Ella también había gritado y pataleado dentro de la cueva, pero sólo le respondía su propio eco. Entró una corriente de aíre intenso que alborotó su pelo. Esto hizo que no viera que había una columna de piedra justo delante de ella y se dio un golpe tan fuerte que cayó al suelo inconsciente.

El bosque parecía triste y desolado por la tragedia. Era el bosque «maldito» en donde sólo se oían perros y policías dando órdenes a una multitud de gente que la buscaba. Los animales, con tanto revuelo, corrían despavoridos al verlos porque para ellos eran intrusos.

Sus padres, desconsolados después de dos días de búsqueda  intensiva, ya no sabían qué pensar. No había ningún rastro de ella ni de su ropa desgarrada tirada por el bosque, ni pisadas de algún extraño. Todo era normal excepto que su hija había desaparecido. Estaban en su casa desorientados, pensando qué se les escapaba de aquella mañana. La madre salto histérica a llorar y mi padre la abrazo.

—¿Hay algo que vieras raro esa mañana? —le preguntó, intentando animarla.

—La verdad es que fue todo tan rápido. Yo estaba cocinando cuando, de repente, oí los gritos. Miré hacia donde estaba la pequeña Carla y solo vi sus muñecas sentadas en el césped, pero no a ella.

—¡Esto es frustrante! —se lamentó como un pájaro herido y siguió con la conversación entre sollozos.

—Aquella mañana me dio un gran beso y unos abrazos matutinos, era tan cálida.

La niña estaba despierta, pero a la vez soñaba con comida imaginaria: jugosas frutas del bosque, ricos filetes de carne y pasteles de chocolate. Todo esto lo comía con sus padres que le sonreían al ver como devoraba la comida. Estaba tan hambrienta que cada día sus sueños eran más delirantes. Lo que le daba de comer esa cosa era pescado crudo y, alguna vez que otra, bayas del bosque mojadas —¡Eso no era comida, era un suplicio!—. Después de comerlo, siempre lo devolvía. No podía seguir así. Necesitaba salir de allí.

La policía se movía incesante por el bosque. Ella oía sus voces buscando debajo de cada piedra, cueva y tronco caído sin encontrar rastro de ella. El jefe de policía llamó a sus guardias a través del comunicador.

—Muchachos, ¿Habéis encontrado algo? —dijo a través del aparato.

—No, señor, sólo hemos encontrado  animales asustadizos y una ardilla muerta —dijeron sus subordinados en tono serio.

—Bueno, chicos, lo dejaremos para mañana. Nos retiramos —dijo resignado.

Estaba sola y quería escapar de allí. Me levanté para examinar el terreno y descubrí huellas repletas de agua. Eran como pequeños charcos que me llevaban a la cascada. Fui directa hacia ella y saqué la mano por ella. Sentí el aíre y el agua pasando ligeramente por mis dedos. Cerré los ojos con fuerza y salté. Entonces una mano mojada atrapó mi brazo y mi salto se convirtió en un salto para atrás, como los cangrejos. Mi pequeño cuerpo impacto contra el suelo. Enfurecida golpeé la piedra caliza y le grité:

—¡¿Por qué?!

Mis ojos miraban al vacío de la cueva. Cuando solté un grito ahogado, desconsolada me puse a llorar durante horas. El eco reproducía mi llanto con tal fuerza que retumbó en mis oídos.

—¡Maldito cobarde! —le grité y seguí llorando hasta que el cansancio me venció y me quedé hecha un ovillo en la fría piedra.

Su madre recordó la noche que nació, tan pequeña y regordeta. Ella estaba caminando aquella noche con su marido entre los árboles. Se encontraban  allí esa noche para buscar un poco de tranquilidad. En el pueblo celebraban, por aquel entonces, la fiesta del solsticio de verano; con música, ventas de productos del pueblo y sorteo de animales.

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Especial San Valentín: el amor vuela hacia a tí

11 de febrero de 2012 Poemas Comments (6) 1505

 El corazón cree volar

cuando tu cuerpo corre y da vueltas sin parar,

porque siente por primera vez su primer amor.

Vuestra primera caricia fue:

enlazar vuestras manos,

como si fuera un lazo que os une

mientras os miráis.

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