La soledad de un mundo muerto
Estaba en la habitación sentada en el suelo. Mis pensamientos iban y venían. la cabeza me iba a estallar. Me puse las manos sobre está y luego me acurruqué en un rincón. No sabía qué hacía allí. Sólo recordaba que estaba corriendo en el parque. Ahora estaba aquí sola y oyendo ruidos que retumban junto a mis pensamientos. Siento frío en las manos.
Abracé mi arma como si fuera mi compañera, mi amiga, mi protectora. Mi mente daba vueltas sin parar desgarrando las neuronas que me quedaban vivas. Miré a mi alrededor. Junto a mí había un cadáver, pero lo más extraño es que no había muerto por una herida de bala. Mis manos estaban llenas de sangre y eso hacía que mi mente estuviera aún más confusa. Intenté recordar lo que había sucedido, pero sólo conseguía un fuerte dolor de cabeza.
Fui hacia el cuerpo tirado en el suelo con el arma apuntando a todos lados como esperando que se levantara. Cuando llegué, me sentía sin aliento y muy alterada. Su cara me resultaba familiar. Era pelirrojo y con unos ojos grandes de color esmeralda. Sus labios tenían una eterna sonrisa y su mirada estaba fija en mí, como si yo fuese su asesina. Pero…yo no había sido, ni si quiera recordaba… haberlo hecho. Otra vez ese dolor intenso que me golpeaba en la cabeza.
Anduve hacia la puerta de la habitación y estaba cerrada. Mis ojos empezaron a llorar como si la situación diera pie a ello.Como si la desesperación cubriera mi interior de una oscura sensación. Yo era un monstruo encerrado en mi propia jaula de sufrimiento. Mi mente estaba envuelta en dudas que sólo yo podía responder.
—¡Maldita sea! ¿Cómo puedo huir de esta situación? —me dije.
Me acerqué hasta el muerto. Registre su ropa en busca de una identificación. Sólo encontré una cartera sin dinero y tres fotografías. Dos de sus hijos y una en la que aparecía con su mujer. Sentí lástima por él y su familia. Me sentía culpable. Pero yo estaba en su misma situación. A mi vida le faltaba poco para llegar a su fin.